Sentir, sentir mueve sus manitas con miedo y se esconde muy dentro de sí, es mejor no abrir la puerta, la razón no existe, pero es seguro permanecer ausente y sin ninguna verdad que pudiera detener el paso, es algo de supervivencia, un instinto que nace y rápidamente flota para luego alejarse de la comprensión.
No hay preguntas, respuestas ni se siente su presencia, tan sutil que solo enfría la piel. A lo lejos imágenes unas de color, otras en blanco y negro formando un colage sobre un muro de ladrillo cocido, van cambiando por segundos entre risas y gente caminando, la capilla del colegio, el primer beso, cuatro blancas paredes y una mesa al centro, sin orden cronológico y sin sentido, una cantante de rock, un lienzo ovalado, la casona antigua de Lucha, un amor de verano, rostros desnudos, paisajes lluviosos, cuerpos bellos y otros no, un rió sin fin como una película de 24 mm, pasan y pasan, esta locura se convierte en un rehilete de viento formando círculos de fuego que suben y no desaparecen.
Sentir, sentir ¿será una receta con un poco de azúcar y dos tantos de sal?
Dice una amiga que tiene la verdad en la punta de la lengua y con un don difícil de explicar ¡Solo cierra los ojos! Pero posiblemente el árbol de cara de león lo recuerde o quizá la respuesta este anidando en lo más profundo de las olas plateadas, no sé, pero tiembla la piel y los latidos del corazón se convierten en campanadas tan fuertes como lo toques de la catedral de Milán.
Sentir, solo sentir frente a ti gran espejo mágico ¿pero que veré? ¿Qué verdad me guardas? O ¿qué ocultas entre esas sabanas de satín tan sensuales? Te siento fuera y dentro de mí, tengo miedo de caer y caer o ¿quizá seré yo misma ese diabólico fantasma que anda al acecho buscando el momento preciso para inyectar la sustancia que hace estremecer al corazón con tanta fuerza que solo se sienta un sordo tic-tac del pequeño reloj que flota en el horizonte de mi existir?
Las imágenes pasan, una tras otra, solo se escucha a lo lejos una voz firme que dice: este es el día. Corro lo más rápido que puedo dentro de este laberinto caliente como el infierno, todas las salidas me llevan a un mismo lugar, mi lengua se duerme y llora mi piel atrapada, no puedo respirar, estoy cayendo con tanta velocidad que siento que me desintegro, de un de repente el silencio invade la habitación y mi cuerpo descansa en un viejo sillón verde, tan seco como el desierto que mis ojos miran, piedras de colores distintas, arena y una roca grande como motivo decorativo, un paisaje de locura encerrado entre cuatro vidrios empañados y enmohecidos. Admiro un pez ángel volando en círculos sacudiendo su maltratado velo, que algún día fue orgullo de su belleza.
Aquellas imágenes van cayendo fuertemente sobre la arena, salpicando mi rostro de enojo bañado de ira, jamás he experimentado tal sensación, veo mis brazos transformándose en dos tubos de hierro y las venas de todo el cuerpo salen, cierro los ojo fuertemente para no sentir pero es inútil no hay lugar seguro donde resguardarme, comienzo a respirar muy lenta y profundamente uno, dos, poco a poco el aire espeso apenas se siente y entregándome a esta muerte me olvido de mi.
¿Será el cielo o el infierno? No sé pero la calma me invade. Abro los ojos y una enorme mezcla de valor y curiosidad corre por mis venas que se esconden muy dentro, los brazos cansados cambian de gris acero a carne pálido, el calor se hace más soportable y mi cuerpo humedo lo incorporo sacudiendome restos de arena blanca como el alma.